PREGÓN FIESTAS TUNTE 2.009

Muy Buenas Noches
Menudo embarque me han jincado los que considerando que en el 2.009,  año del Centenario de Pancho Guerra, debía ser yo el Pregonero de estas Fiestas de Tunte por Santiago.
Los responsables de tal designación tenían una buena excusa para endilgarme la tarea de darle a la taramela en este Pregón. Una vez aceptado el envite, y tras el reparto municipal, me enzurroné en mi casa y con las “cartas en el pecho”, retomé el papelón adjudicado, sabiendo la escasez de “bichillos propios” para esta partida y contando para el intento solo con la “malilla” que Pancho Guerra me dejara con su “Monagas”, lo que evitó que me revirara bronco como una panchona y planteara la “reculada del carnero”
Superada la fase del engrifamiento, y ya embullado, asumí el honor de encender el primer volador de las Fiestas y saborear la primera guindilla, la de abrir boca, de esos días que cualquiera que ame a su pueblo espera; consciente que siempre es mejor pregonero el vecino que sabe del pueblo y de sus secretos, que el venido de pa’fuera, pero comprendiendo que para la ocasión fui designado por lo que represento y que el poeta Francisco Tarajano bien reflejara en su verso:
Por Santiago subo a Tunte
a escuchar a Pancho Guerra
Bernegal que me destila
Los decires de mi tierra
Digo esto, porque es muy normal que los Pregoneros intenten justificar su presencia en las Fiestas a las que han sido invitados. En mi caso, y por el modo y la manera en que me voy expresando, el asunto parece estar bastante claro.
Francisco Guerra Navarro, Pancho Guerra, famoso escritor y periodista tirajanero nacido hace 100 años aquí mismo en Tunte, -en bereber “el lugar de los canarios”- es el principal culpable de mi presencia esta noche en Tirajana.
Pancho Guerra era mi tío, lo que significa además que mi abuelo D. Miguel Guerra Marrero (por eso me bautizaron Miguel), maestro de escuela él y de los de antes, natural de Tejeda  y mi abuela, Doña Carmen Navarro Falcón, crearon aquí su familia. Por cierto, 18 hijos, de los que sobrevivieron 6: Antonio, Domingo, Lola, José, Maruca y Paco ó Francisco de San Bartolomé-así fue bautizado en la pila-, el que sería para la posteridad Pancho Guerra.
De mi buena abuela tirajanera hay que decir, además, que fue el regazo de una madraza, donde Pancho Guerra descansaba los desconsuelos grandes, la cabeza atosigada y donde aliviaba las penas de su desorbitada época infantil y su atormentada adolescencia
Mi querido e inolvidable padre José Guerra Navarro, “el médico de los pobres del Puerto de la Luz y la Isleta, -he de recordarlo en este pregón-, también tiene parte de culpa, porque mientras vivió nos enlataba,  es decir, nos metía como “sardinas en latas” en su coche (les recuerdo que éramos 8 hermanos), para venir a las fiestas de Santiago, y para lo que no cabía excusa alguna.
Por cierto quiero recordar de aquellas fechas, un par de Anécdotas 
1.- La parada en el chorro de TEMISAS, el agüita y cómo nos miraba la
     gente.
2.- Y la 1ª Guindilla de mi vida
Digo esto para explicarles que debo a mi tío y a mi padre, el amor a Tirajana, el cariño y el apego a las raíces de mi pueblo canario, al querer y respetar sus tierras, sus aguas, la luz y las gentes de Gran Canaria, como bien escribiera Pancho Guerra en las “Memorias de su Pepe Monagas”.
Fruto de ese vínculo con la cuna de Pancho Guerra y de mi padre, tuve la ocasión de participar en el 1º de los Centros de Salud “auténticos”, en el Centro de Salud de Tirajana con un equipo de lujo formado por Médicos, ATS, Trabajadores  y Animadores Sociales, Auxiliares de Salud, etc.
Un recuerdo entrañable y emocionado en estas fiestas de Tunte para José Joaquín O’Shanahan, Araceli de Armas, Luís Bello, Gara y Cristina Betancor, Mila del Toro, Olga Correa, Changeles O´Shanahan, Miguel A. Santana, Silvia Camino, Froilán Rodríguez, Braulia Navarro y para las de tirajaneras de origen como, Carmensa Glez y Pilar Betancor o de adopción como Paco Guimerá… y muchos otros que harían interminable la lista.
Esta importante experiencia tiene que ser recordada porque, además de pionera en el conjunto del Estado Español,  marcó un hito importante no solo para la población de Tirajana y para los profesionales que allí se implicaron, sino porque movilizó a colectivos sociales, despertó la conciencia de muchos respecto a derechos básicos como la SALUD entendida de manera integral y aglutinó plataformas de apoyo social y ciudadano en Canarias, que no pueden ser olvidadas. 
Fueron los años de los comienzos democráticos, de la participación ilusionada en los cambios políticos y sociales y en la creencia en los valores sociales, de las libertades, la defensa de lo público, las convicciones  y la práctica de la solidaridad y la lucha por los derechos básicos de los ciudadanos concretados en la Salud Pública en las Tirajanas.
La cuesta de los cuchillos, sus muchas curvas, algún sustillo en ellas, pero sin “desriscarme”, fueron testigos de muchas idas y venidas a Tunte para compartir, debatir, identificar y aportar soluciones con el Equipo de Salud a los problemas de los vecinos de Tirajana. Maravillosa vivencia que acentuó mi cercanía a barrancos, hoyas y palmeras que marcaron la infancia y juventud de Pancho Guerra.
Hay finalmente una razón más, que cierra el argumentario explicativo de mi presencia en este Pregón de Tunte. En el año 1.995, el Ilustre Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana y siendo Alcalde Pepe Juan Santana, nos propone una difícil decisión, que la familia de PG tuvo que tomar.
Pancho Guerra con 52 años recién cumplidos, había fallecido en Madrid en 1961, fue enterrado en La Almudena y diez años más tarde, sus restos fueron depositados en el Cementerio de Las Palmas en Vegueta, muy cerca de los lugares en los que vivió y desarrolló una parte importantísima de su vida, antes de su marcha a Madrid en el año 1.947, última etapa vital a la que el mismo bautizó como “baño de Madrid”, baño que aconsejaba se dieran todos los jóvenes escritores y artistas canarios, porque además del profundo enriquecimiento de la vida en la Villa y Corte y el despliegue en ella de vuelos universales, servía para que cualquier canario lejos del terruño, amara más hondamente a Canarias.
A Pancho Guerra, Madrid no lo castellanizó, más bien le permitió rezumar lo empapado que estaba del alma canaria dando vida a cuántos personajes vio e imaginó con sus ocurrencias de pasada, sus anécdotas características, y mucho más, ya que en la distancia creó literatura canaria, al escribir con el léxico español que se hablaba en Canarias.
Pues bien y para no perder el hilo en el año 1.995, se nos pide desde el Ayuntamiento y la alcaldía de San Bartolomé de Tirajana, trasladar de nuevo los restos de PG desde el cementerio de Las Palmas al de Tunte para que allí descansara definitivamente. No podíamos contar ya en esos momentos con el consejo de los hermanos de Pancho Guerra. Ni Antonio, ni Domingo, ni José, ni Maruca ya fallecidos, y Lola muy enferma, podían contribuir a orientar tan difícil decisión. La tomamos en su lugar, los sobrinos.
Como todos sabemos, Pancho Guerra regresó a la tierra que lo vio nacer y volvió a fundirse en ella para siempre. La decisión no gustó a determinados sectores culturales de la capital, y Don Luís García de Vegueta entre otros, me hicieron llegar la incertidumbre y el descontento producido, al entender que depositar los restos de Pancho Guerra en el cementerio de Tunte podría contribuir a la larga al definitivo olvido del escritor gran canario.
Al fin y al cabo Pancho Guerra había regresado a su Isla y al panteón del cementerio capitalino ayudado por el empuje de algunas Instituciones y figuras políticas relevantes de Gran Canaria. El  Museo Canario fue el lugar escogido para el homenaje póstumo en el que participaron además del Presidente de la Peña Pancho Guerra, el Dr. Antonio Arbelo, ilustres personalidades de la isla, coordinados por la brillante introducción del Alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, Don Juan Rodríguez Doreste.
A mí, portavoz de la familia en aquellos trances, me tocó asumir mucha de la responsabilidad de su vuelta a Tunte y hoy lo cuento, porque esa difícil decisión permitía, de alguna manera, reestablecer los vínculos que el rumbo de la vida de toda la familia de PG había situado ya en Las Palmas de Gran Canaria.
He de decir también que el olvido de su figura y su obra durante algunos años en su propio Municipio, me hizo dudar de aquella decisión tomada y un sentimiento de culpabilidad apareció en mi ánimo  y sobrecargó mi espalda.
Recordé entonces algunos versos del poema que Francisco Tarajano le dedicara en aquella ocasión:
Regresa Francisco Guerra Navarro
a su tierra natal de Tirajana,
La tierra que lo naciera
tendrá más fresca memoria,
más vida tendrán las letras,
más savia tendrá la historia
Pancho Guerra aquí se queda,
En cumbres de Tirajana.
Su obra será palma enhiesta,
Granero de idiosincrasia,
Voz perenne que amonesta
A la gente de Canarias
¡Defiendan el habla nuestra
Que es la morada del alma!
Pancho Guerra, patrimonio cultural de todos los canarios, no podía quedar en el olvido y recordado solo en la nostalgia. La fecha del Centenario de su nacimiento tenía que ser la ocasión apropiada para recuperar definitivamente la figura y la obra del ilustre tirajanero, a quién con orgullo presto mi voz, porque es PG el que ha venido a pregonar las fiestas de su pueblo que marcaron profundamente su vida y la del personaje de ficción que creara.
Hoy Pancho Guerra, nos invita a festejar las fiestas de Santiago de Tunte: Santiago el del Pinar, Santiago El Chico (*)  y Santiago el Grande,
(*) Por cierto, no sé si saben que, Santiago el Chico de Tunte y la señora del Pino “imán de Teror”, -a falta de mimos y justicia del “poder central”- eran  los dos grandes medianeros de la tribulación isleña:
·        El cigarrón berberisco
·        La sequía
·        Hacienda
·        Los piratas
·        La División de la Provincia
·        El canto del alcaraban y el llanto de la pardela, con su barrunto de mortaja
En esta descripción de PG, encontramos los motivos de la preocupación de la gente de Gran Canaria en las primeras décadas del S.XX y lo que realmente les quitaba el sueño. Junto a estas preocupaciones colectivas y que afectaban a toda la sociedad, estaban las congojas y tristezas de cada isleño, y en especial, a los tirajaneros, que se encomendaban a Santiago y le prometían “Pagar Promesa” llevándole alguna onsa y buenas velas tras pasar la Cumbre como romeros, convencidos que “el santito” les habría ayudado en sus apuros y sus penas.
La Romería era por entonces un alegre rosario de ventorrillos cumbreros, que acababan en la Cruz Grande, sobre las altas vistas del pueblo. Se oían cuerdas y cantaneras a lo largo de todos los caminos, aun antes de romper el alba, y se bailaban, lo mismo suelto que agarrado, en el teso, ante los cuatro timones forrados de sábanas cameras, que iban marcando a golpes de salina la alta y larga ruta del santo caballero y sus despatarrados jarandinos”
Esto dice PG  en uno de los maravillosos libros que escribiera y al que tituló “Memorias de Pepe Monagas” y del que la escritora Carmen Laforet afirmó:
 – Yo creo que no se ha hecho hasta ahora un libro mejor sobre las islas Canarias, un libro más hondo, más directamente canario-
En ese libro PG nos desvela las maneras de pensar, de sentir de vivir de la sociedad de la época y también como vivían en Tunte las Fiestas de Santiago, las Fiestas de Tirajana que hoy nos toca Pregonar.
Y continúa  PG:
“Por fiestas de Santiago de Tunte, bien caldeadas del levante y las taifas, arrimó a la villa una familia de pruebistas. En las vísperas, y hasta unos días después de pasada la caliente romería, los amenos vagabundos montaron el tenderete de sus gracias, retozos y manganillas en la plaza, a la que los tirajaneros llaman desde los tiempos del gran cacique don Antonio Yánes – él fue quien la hizo y la mimó- La Alameda.
Ataviados con vestidos de colores muy vivos y con mucho arrequive, los forasteros cantaban, bailaban al son de unos panderos grandes y roncos y hacían toda clase de garambainas. Más juegos de trampa y geito. Sacaban, entre un cosa y otra, ciertos animales ensayados: una pachanga con un vestido animado de cascabeles-bastante descaradilla, por cierto-; una cotorra escopeteada, casi tan verde de lengua como de pluma, lo que hizo que el señor cura se quejara al alcalde y éste la mandara a trancar; unos perrillos que parece que tenían ingenio y cuerda, de lo garabatosos y prestos; una machorrilla rucia, de estampa muy fina, que entre otras gracias se ponía en cuatro patas sobre el tapón de una botella de alto gollete, y un sollajo de oso, pardo y tardío, que bien ensalamado y con el seguro, además, de una recia cadena, traían hasta el centro del lelo y asorimbado corro de maúros. Para un bien triste papel: puesto en dos patas y fingiendo una danza, iba dando, a orillas de la rueda, unos brincos aplomados, tan ligeros y galanos como los que hubiera podido dar una fanega de papas en un saco con resortes”.
Pero este pregonero quiere hoy decirles algo muy importante a todos los tirajaneros y que ya anunciara el poeta (Francisco Tarajano)
Tirajana y Pancho Guerra,
Pancho Guerra y Tirajana:
la madre que lo naciera
y el hijo que le da fama.
Pancho Guerra nació en Tunte y quiso que en Tunte naciera “Pepe Monagas”, su criatura literaria, el personaje más famoso de todas las Islas Canarias:
¡Parido en un ventorrillo camino de Santiago de Tunte!
Que orgullo para Tirajana saber que ese personaje tan vivo y extraordinario  como Don Quijote o Sancho, o Charlot, en palabras de Carmen Laforet, nació aquí en Tunte, “el lugar de los canarios” en vísperas de Santiago.
“Pepe Monagas” venía bien enrazado. Por la banda de su padre, Hijo de Chano Monagas y nieto de “Cho Regorio” apodado “el sanana” tal vez porque
-nació vivió y tumbó para las plataneras fijo en aquello de “ni subo ni bajo ni aquí me quedo”-
“Cho Regorio” el abuelo paterno de Monagas se casó con “Cha Candelaria” la de Rosiana, más conocida por “la cordera” apodo que como bien recordara Pepe Monagas de su abuela, se le atribuyó, porque siguió al abuelo de tal manera entregada, que a los pies del catre y cuando la llamó para despedirse diciéndole:
 “ Que estu, que digu, Candelaria, pues que estu que me voy a morir. Aquí te queas. Mira lo qui hases”
ella le respondió: “Ta bien, regorio, que me arresinu con la voluntá del Señó; per siempre te he seguio, que tú bien lo sabes, y ahora también te caigo atrás”
Dicen que el abuelo se desahogó. La primera vez en su vida, con un rezongo entre las boqueadas que tiraba a espicho de pita:
En lugar de Cordera te debieron haber puesto Angrudo. ¿ Vaya una lapa, caballeros!
Por la banda de su madre, Epifanía Cabrera, “Pepe Monagas” venía más que de buena casta. Su abuelo fue El pollo Lucas, “El Oso” cuyo mote tenía que ver con los pruebistas que antes les conté y su abuela Maria “Machorrita del Nublo” que vino a Tunte con una cuadrilla de romeros de la parte de Tejeda y con promesas a Santiago El Chico, y como toda la gente de aquella raya, gente abierta, parrandera y bailadora.
El pollo Lucas en una taifa del Risco se enamoró de los ojos de María y aunque en esas vísperas de Santiago y en la citada taifa de Tunte recibiera su cachetada de la jacarandosa romera de Tejeda, al año y medio se hincó de rodillas ante al cura, proclamando el “si quiero”.
Pues aquí tenemos ya a Chano Monagas y a Epifanía Cabrera que tras muchas vicisitudes y visitas a médicos y curanderas quedó cubierta de quién se convertiría en el insularisimo pícaro “Pepe Monagas”.
Estamos en vísperas de Santiago y en vísperas del nacimiento del personaje que en palabras de de la profesora Yolanda Arencibia, convirtió a PG en el más alto representante de la literatura popular de todos los tiempos.
Pero dejemos que nos los cuente el propio Pancho Guerra:
“Por vísperas de Santiago, y de la noche a la mañana, mi madre planteó la papeleta de ir por la Cumbre, como una romera más, a pagar promesa al santo tirajanero y luego quedarse en su casa. Como le he dicho, el viejo cedía a todo, pero venía ya requintadísimo ante el nuevo y peligroso antojo.
      -Esto, mira Chano que tenemos que ir a Tunte a pagar Promesa. Y luego nos queamos.
-      ¿Promesa de acualo…?
-      Que hay más allá, hombre, que  ya sabes que me puse como temosa de malograr, pues que esto… que le ofrecí a Santiago bendito de ir a la fiesta, con una vela bien gorda y bien buena.
-      Ah… Pues ya iremos, después, cuando pase lo que tiene que pasar.
-      No, hombre. Es ahora…
-      ¿Ahora…? Saltó el viejo revirando y engrifado-
¡Mira Epifanía, yo compro esa vela-estalló, ya caliente del todo- porque soy el marido tuyo y es natural; pero según la pague, ¿oíste?, te tiro con ella un lambriaso que te la parto arriba! ¿Pero habráse visto, eh…?
“Si tu mujer te pidiere que te tires por un tajo, pídele a Dios que sea bajo”, reza el viejo dicho”
Así la noche del 23, para amanecer el 24 de julio de ese año de finales del siglo pasado en que nací, el viejo se puso al cabestro y la mula comenzó a subir la Cumbre
        - ¡Epifanía, tu agárrate bien, Epifanía!- había advertido antes de romper camino, con el corazón en un puño-. ¡No la armes, Epifanía, por lo que más quieras…!
Pasada la ermita vieja de Santiago el Chico, que se alzaba, me parece, en tierras de los Cercados de Araña- se alzaba, porque luego la tumbaron para llevarse la tea- mi padre sintió como un pugidito.
-      ¡Epifania! ¿a ti te duele argo…?- y paró la bestia en seco.
-No… -contestó la vieja suspirante, amarilla como una yema, metida en un trasudor
-      ¿No te lo dije, Epifanía, que la ibas a armar…? ¡Mal rayo los antojos y la…! ¡Como llegues a parir aquí… hoy no, pero en cuanto te empeleches, te doy una mano de componte, Epifanía…! ¡Ya, Dios santo, haberme prestado yo a semejante acarreto!
-      ¡Ay, Chanillo, abájame, asin Dios te de la gloria!- le pidió mi madre, sin enterarse de las encochinadas amenazas de su marido-. ¡Ay, que no pueo más, quería…! ¡Santiago bendito, tal presa!
Y aquí tiene usted a mi padre metido en lo que él llamaba después, cuando relataba el percance, “el compromiso más imperante de mi vida”
Había remontado el sol, ese sol de horno que receba por julio el hondón de Tunte, sacándole a sus bravas laderas, a sus mesas y a sus barrancos caldas y sollamas de infierno. Sudaba mi madre, sudaba mi padre –derritiéndose cada cual por lo suyo, aparte el abacorante costal del verano- y sudaba la mula, aunque ésta bien ajena a aquella “perica en puerta” que sustentaba, y que de pronto había hecho del mundo todo – de Gran Canaria, de las siete Islas, de España y de Cuba- dos gordos e imposibles nudos.
       -  ¡Ay, Chanillo, abájame que es que ya no pueo más, criatura…!
-      ¿Cómo te voy abajar aquí, mal rayo…, en este solitario, sin una mujer que te eche una mano…? ¿Qué entiendo yo de eso, muchacha?
De pronto un milagroso hilito de aire trajo un rumor lejano, un rumor de música y canto. Alertó el viejo la oreja y cogió palabras sueltas de la socorrida copla romera: “Santiago, patrón de España, -su fiesta es el veinticinco- y Santa Ana el veintiséis- por ser abuela de Cristo.” Le volvió la sangre al cuerpo.
-      Aguántate, consio, un pizco más, que ahí delante tenemos un ventorrillo, y en él te pueden aquellar! Toma el pañuelo pa que muerdas.
-      ¡Ay, Chano, arrejunde! ¡Ay, qué estrallío en los sentros llevo…!
-      ¡Epifanía, no lo hagas ahí arriba, mujer, que va y lo botas de alto, y entonces…!  ¡Arre, muu…!
Cuando al rematar una degolladita descubrió mi padre la armazón blanca, y toda llena de sol, de un ventorrillo caminero, debió sentir el mismo grande embargo que apretaría el pecho de Cristóbal Colón cuando le dieron el güapido de “ ¡Tierra!” y descansó en ella sus ojos.
-      ¡Bendito sea Dios! – dijo con la cara resplandeciente vuelta a mi madre-. ¡Santiago el Chico, y santiago el Grande, los dos, se han ganao ustedes, a pulso la onsa y la vela más gorda que haiga en too Tunte!
¡Ahora, Epifanilla, despáchate a tu gusto!
Se movieron los hombres y las mujeres igual que rehiletes, desaparecida como por magia la pachorra de la tierra- ya sabe usted que el isleño, mayormente el del campo, es capaz de matar un burro a pellizcones.
En tres patadas, el ventorrillo quedó libre de teleques. Sacudieron una estera, sobre la que las mujeres más viejas de la ranchada tumbaron a mi madre. Las nuevas levantaron a la banda una lumbre hermosa, pusieron agua en ella, se quitaron los zagalejos y los brindaron como trapos y pañales… entretanto ajuliaron a los hombres todos, incluido mi padre
Porque estuviera avanzada la mañana –el sol alto nunca fue amigo de romeros-, o por una casualidad la Cumbre se había agazapado, quedándose vacía y cuajada de silencio, como si la hubiera suspendido aquel raro alumbramiento.
Una tal Candelarita, de Ayacata ella, que acertó a ser de disposiciones y tino especiales para tales traquinas, me cogió de los tobillitos, me alzó como a un baifo contra el cielo y me soltó la primera nalgada de mi vida. “¡Guaín…! Rompí a llorar sobre el campo rebosando de luz y de paz.
      -ya está aquí el hombre-dijo mi padre con pudor, cogiendo tal vieja que en su cara se podía freír un huevo.
Acabó el jaleo de daños. Los hombres pudieron por fin acercarse confiadamente a la parida. A mi madre le resplandecía la cara, así como le resplandece a la Virgen del Pino.
¡Machillo, Chano! Como lo queríamos.
Deja verlo…-dijo mi viejo con la boca seca, ya arrepentido de su amenaza, vencido, una vez más, por aquella graciosa mezcla de picardía y ternura, de independencia de gato y sumisión de perro que constituían la fuerza primera del reburujón de aquel mirar, el mirar que le diera la “flor del embeleso” y lo hiciera marido desde la moroña al dedo margaro.
Creyeron observar que yo, todavía apurruñado, cuando no pasaba de ser un latido dentro de una cosa que si a algo se parecía era a una aceituna de Temisas de la que el viento varea, ya creyeron, digo, que sonreía “con una cara de sinvergüenza que no podía con ella”.
El descubrimiento y la frase fueron del romero que se había hilvanado casi la botella de ron con que confortó a mi padre. Y al pie de uno de los últimos tragos dio un ajijido  y dijo:
-      ¡Parido en un ventorrillo, camino de Santiago de Tunte…! ¡Uf! Este monigote va a ser cosita asiada pa too lo que se presente. Toma pitorro, güelelo, más que sea, pa que le vayas cogiendo la embocadura- y alargó la botella de ron hasta ponérmela bajo las narices.
-      ¡Condenao hombre! ¡Quite allá!- y mi padre le dio un manotazo.
Sangoloteó el fondajo y saltó el ron sobre mi barbilla. La situación se puso de pronto violenta… si hubiera roto en una llantina, mi viejo le machaca los huesos al romero. Pero no sólo no lo hice, sino que pegué a chupetear, como si en vez del zumo bravo de la caña se tratara del más tibito y gustoso lamedor.
Y dijo, admirada y aspaventosa, Candelarita la de Ayacata, viéndome hacer a poco unos alegres visajes:
      -¡No te faltan más que unos pejines, querío…!
     
-      Y un timple- añadió mi viejo, más sereno.
Así, aunque parezca mentira, fue como hice el atraque a esta cagadita de mosca que viene siendo, en el desparramado mapa del mundo, su isla y la mía. Y así fue como agarré- todavía no tenía una hora de nacido- la primera chispa de mi vida.
“Pepe Monagas”, esa ficción que es todo un pueblo, el nuestro, fiel retrato de la compleja idiosincrasia isleña y los entresijos del ser canario, nació de la pluma de Pancho Guerra en Tunte en vísperas de las fiestas de Santiago para contribuir a ampliar y fijar para el estudio y el tiempo los modos y maneras del habla popular isleña, y también con la desenfadada pretensión de divertir, con la naturalidad y frescura de ese humor de por aquí de formas blandas y morosas pero “con puntitas, sin embargo de tan fina clavada de una tunera” como bien dijera la escritora y amiga de PG, Mª Dolores de la Fe.
Necesitamos la diversión, la parranda y la alegría que las fiestas populares llenan. Ocio y jolgorio de todos para dejar de lado y por unos días, la lucha cotidiana por la vida y recuperar el encuentro y los valores de nuestros ancestros.
Pancho Guerra, y su “Pepe Monagas” nos invitan este año del 2.009, cuando celebramos cien años de su nacimiento, a celebrar las fiestas de Santiago de Tunte, “Largando al viento la RUMANTELA” como bien reza una de sus canciones, probablemente la más conocida del cancionero popular isleño y la que nunca falta en ninguna romería ni fiesta popular.
¡SOMOS COSTEROS!
Voy concluyendo:
Pancho Guerra nos enseña, este modo de entender la vida que nos consuela y alivia cuando afirma que
“Tal vez, el hombre no sea rigurosamente culpable ni del norte a que tire su aguja de marear, ni de los entullos y sucesos que, semejantes a orillas y delfines, le salgan a proa o le brinquen a las bandas de su barquito”
“A mi me parese que dentro de cada quisque hay como un misterioso jalío, que tira, al modo del de la mar, y fuera el viento sopla de donde le va dando la gana, sin que una cosa ni otra las pueda usté gobernar”; si acaso barloventearlas, como aquel que dise: las bordadas y repiquetes de una vida, mi amigo, están, para mi gusto, bastante más allá de la voluntad humana”.
Como buenos costeros porque Tirajana es Cumbre y mar, en estas fiestas, vamos todos  a “Arriar las Velas” y soltar al viento la RUMANTELA, esto es la parranda y la alegría, la sana diversión y el encuentro con la familia y los amigos, y dar gracias a la vida que una vez más nos ha permitido estar en ella.
Viva Pancho Guerra, Viva Tunte y Tirajana,
Vivan las Fiestas del Lugar de los Canarios.
Miguel Guerra García de Celis
Presidente Fundación Canaria
Pancho Guerra