El que tiene el privilegio hoy de pronunciar el pregón del inicio de las fiestas en honor de la Santisisma Virgen de Guía nació en Anzo y vivió intensamente en esta ciudad los momentos más decisivos de su vida. Hijo de una modesta familia de campesinos se siente orgulloso de que, lo poco o lo mucho que desde mi posición en la sociedad canaria pueda aportar, esté siempre asociado a esta ciudad. No soy historiador. Soy periodista. He contado cientos de historias de cientos de personas que cada día salen en los periódicos. Me gusta el análisis político y estructural, pero hoy quiero voluntariamente alejarme de esos extremos y dejarme llevar por la intuición y el inmenso cariño que siento por Guía y por mucha gente que durante años me ha acompañado desde aquí. El problema es que nunca he contado la historia de ninguno de mis amigos, ni de esta ciudad y ni tan siquiera la mía propia. Y les tengo que confesar que tampoco he tenido mucho tiempo para indagar en los recuerdos ni en la historia del municipio. Pero cuando me llamó el alcalde de la ciudad para ser pregonero me enfrentó de bruces a mi pasado, a mi infancia y a mi juventud. Cuando recibí la llamada que me otorgaba el honor de estar aquí esta noche como pregonero de las fiestas de la Virgen de Guía, sobre la marcha desandé ese camino olvidado en estos últimos años. Es lo primero que a uno se le viene a la cabeza en ese momento, lo que nos tiene más anclados al lugar del que venimos y al que, inevitablemente, estamos unidos para siempre. Vuelven a reaparecer en tu memoria las caras de los amigos, de los compañeros de curso, el recuerdo de los primeros amores, de los profesores que tanto marcaron tu camino. Vuelven los olores y los sabores de la infancia. Te detienes un segundo y te parece mentira que haya podido pasar tanto tiempo desde aquel día en que alguien te enseñaba el abecedario y las tablas de multiplicar con un rosario de cuentas de colores en el sótano del viejo Cine Hespérides y bajo la rígida mirada de mi querida Catalina Ruiz. La memoria te hacer recorrer los viejos caminos polvorientos en verano y llenos de barro en inverno, desde La Cañada a Guía o desde Anzo al puente del barranco. Allí donde quedaban las viejas alpargatas en una bolsa y escondidas en un agujero de la pared, sin disimulo alguno, sabiendo que serían respetadas como otras que ya ocupaban su lugar en esa consigna improvisada. Entrar en Guía requería Zapatos limpios y ropa nueva para ir a misa los domingos, donde te esperaba el incombustible Don Bruno Quintana, padre de la fe de muchos guienses. Esos caminos de tierra están intimamente unidos a mi memoria, y creo que tambiéb a la de esta ciudad. Era un camino de aventuras que siempre olía a tierra mojada del agua tirada en manta a las plataneras. Eran para mi bosques llenos de secretos y peligros. Eran plantaciones fascinantes, que sólo se podía atravesar con el miedo provocado por tanto gigante. Hoy, esas plataneras las reconozco como el símbolo de la prosperidad agrícola de Guía, cuando el agua venía desde la cumbre a regar la Vega y convirtió esta ciudad en un lugar importante en el mapa de Gran Canaria. Hoy el agua viene desde el mar, y ese paisaje de mi infancia y mi juventud es desolador. El abandono de la agricultura no es sólo el abandono de una de las formas tradicionales de la economía, es también el abandono de una de las muestras más espontáneas de la cultura guiense, de su paisaje y de su medio ambiente, de la idiosincracia de su gente y de sus diferencias sociales. Hoy resurgen nuevos modelos agrícolas de consumo local que merecen la pena ser explorados y apoyados. La conciencia colectiva y la crisis económica está sacando a los canarios de las grandes superficies y empujándolos a los mercados agrícolas locales. El mercado para la agricultura ecológica es cada vez más amplio y en ambos los guienses deben estar presentes. Salir de Guía y estudiar una carrera era el objetivo prioritario de muchos de mis compañeros. Hoy tener un título universitario significa bien poco en un mercado en el que sólo triunfa el que cultiva la inteligencia global o la emocional, la que permite saber acertar, saber en cada momento lo que queremos para nuestras vidas y lo que los demás necesitan. Me consta que los guienses poseemos ese tipo de inteligencia que creo que debe aprovecharse para reconducir la economía y el futuro del municipio. Me consta que existen proyectos de este tipo que animo a poner en marcha.

Tuve la suerte, como otros muchos guienses, de vivir en un entorno rural, rodeado de las tradiciones de la gente más sencilla de los altos de Guía y Gáldar. Pero también tuvimos muchos la suerte de pasar al fragor urbano de la Plaza Grande, al patio del colegio público o del Instituto y a los grupos de amigos en las Dominicas. Tuvimos la suerte de contrastar nuestra propia historia con la que transcurría, a más velocidad que la nuestra, en Gáldar, a donde acudíamos cada domingo burlando los controles de los mayores. Y mentiría ahora si no reconociese que aquellos fueron tiempos difíciles para todos, especialmente para los que menos recursos teníamos. Pero de la misma manera debo reconocer que nos crecimos ante las dificultades, y que éstas fueron los acicates de la superación personal, la mía y la de muchos de mis amigos que hoy me honran aquí con su presencia. Santa María de Guía es una ciudad con vida propia, con idiosincracia peculiar, con un profundo y arraigado sentido de la cultura y la educación. Es una ciudad que honra a sus hijos, pero que los curte en el sufrimiento, como si quisiera probar sus capacidades en una especie de selección natural. Tengo que decir que esta ciudad pudo ser cruel con nosostros, asfixiante para los que buscábamos aires nuevos en las recién constituidas organizaciones políticas, en las asociaciones y en las sacristías. Pero de la misma manera, esta ciudad nos ofrecía las herramientas necesarias para la superación. Éramos los herederos de toda una estirpe de guienses que supieron ver más allá del negocio agrícola y de la riqueza efímera. Una larga lista de personajes como Poeta Bento, Canónigo Gordillo, Luján Pérez Miguel Santiago o Néstor Álamo dejan constancia de lo que digo. Todos ellos supieron ver en la cultura y la educación las bases de nuestro futuro. En una época difícil Guía nos ofrecía la posibilidad de una formación amplia, vital y humana en todos sus centros. Quizás por eso hoy Guía sigue siendo la cuna de anónimos hombres y mujeres de labor callada pero de tremenda importancia en muchos ámbitos en Canarias. No podemos olvidar nunca que cuando paseamos por estas calles y por los caminos polvorientos de sus barrios, no sólo caminamos nosotros. En cada uno de nuestros pasos queda el eco de los que nos precedieron y de quienes fueron haciendo su camino para que un día llegáramos nosotros a protagonizar este pedazo de historia que nos corresponde. En 1930 un paisano nuestro, un hombre universal que también nació en Anzo, dijo con acierto que la cultura y la educación eran las únicas formas de igualar a la sociedad. "La riqueza siempre es efímera y la cultura el principio de la autoestima y la superación". Cuanta razón tenía mi querido Miguel Santiago, porque, como él, yo también he sentido que la cultura todo lo puede y Guía propició siempre la libertad.

Pero no podemos seguir anclados en el pasado glorioso de nuestra cultura. El agua, amigos, ya no viene de la cumbre, viene del mar. El conocimiento es universal y llega a través de la Red, y los modelos educativos deben responder a nuevos retos. Me consta la preocupación que existe en los ambientes políticos y educativos de la comarca para poder contar con nuevos espacios, en los que merece la pena incluir la más sólida tradición guiense: la agricultura, y con ella, por supuesto, las nuevas tecnologías. Mi abuela Francisquita estaba empeñada en que yo supiese escribir a máquina. Era la panacea educativa, la palanca de un trabajo respetable en un despacho. Si sabías escribir a máquina tenías el futuro asegurado. Hoy las máquinas de escribir y los títulos en la pared sirven para muy poco. El futuro va ligado a las tradiciones económicas y a las nuevas tecnologías, a la Red. En ese nuevo camino la comarca no debe quedarse al margen. No tiene nada que ver nuestro mundo de entonces con éste de hoy más vertiginoso, globalizado y tecnológico, aunque creo que en lo esencial, en la parte que toca con lo humano y con las emociones, siempre se terminan hermanando todas las generaciones y todos los que en distintos momentos de la historia habitan un mismo paisaje.

Guía fue también para mi y para muchos de nosotros una escuela de solidaridad. La solidaridad es, posiblemente, uno de los valores que más profundamente caló en mi generación. El regalo más preciado que nos dejaron, entre otros, el esfuerzo de las R.M. Dominicas, esas milagrosas mujeres a las que tanto debe esta ciudad. En aquella época, 1980, logramos formar un grupo de jóvenes capaces de cuestionar algunos de los cimientos en los que esta ciudad basaba sus más profundas creencias sociales. En mi caso, como en el de otros muchos, esos grupos tenían siempre un nombre propio a la hora de organizarse, perpetuarse y lograr los objetivos fijados. Hablo de Gloria Betancort Brito y de la gran influencia que tuvo en nosotros a la hora de asumir una conciencia social y el compromiso con los más desfavorecidos. Nunca podré olvidar las largas reuniones en los bancos de esta plaza, en las escaleras de las Dominicas o en las de la Plaza de Anzo. Discutiamos sobre la dura personalidad de esta ciudad, de su gente y de sus poderes fácticos, de los supuestos contubernios judeo-masónicos y de las conspiraciones para impedirnos hacer cosas en el pueblo. Había mucho de fantasía ideológica, pero nos servía hablar y teorizar sobre las marcadas diferencias sociales, sobre el marcado tono conservador de las iniciativas municipales y sobre la savia nueva que crecía en las aulas; sobre la calidad educativa, las necesidades de infraestructuras, la organización de la fiestas o la necesidad de asaltar las asociaciones y partidos políticos. Aquella fue una escuela de activismo social que nos ayudó a hacer análisis y a poner manos a la obra en pequeñas realidades que creíamos necesitaban de nosotros. Trabajamos mucho para transformar lo que no se ajustaba a nuestros sueños sociales en esta ciudad. En cada esquina me encuentro con compañeros como María del Mar Santana Ayala, Alicia Rodríguez, Román Godoy, Auxiliadora Sarmiento, Jesús Bañolas, Gloria Falcón, Juani Padrón, Paqui, Orbelinda, Pepa Mendoza o Jesús y Paco Melián. Permitánme aquí recordar a mi querido Adolfo Moreno, que tantos y tan intensos buenos ratos nos hizo pasar. Sé que desde donde esté nos mira hoy con su pícara sonrisa y gesto desaliñado, marcado por su espeso bigote. Éramos un grupo comprometido con este pueblo y con la familia, que hoy, pasado los años, nos reconocemos, como mínimo, buena gente, con rumbo, con vidas llenas de sentido.
Hoy muchas de aquellas ilusiones compartidas son una realidad en Guía.
Hoy, que el agua ya no baja de la cumbre sino que sube desde el mar a la Vega, los protagonistas de la historia de este municipio son otros a los que ya no les sirven los viejos límites territoriales ni las viejas rivalidades municipales. A la comarca la atraviesa una gran vía, una inmesa carreterra que parece dividirla dos. Esa carretera deja a la vista lo que las fincas de plataneras ocultaban, y une lo que separaban. La nueva carretera, no divide, nos une a toda una comarca, a la capital y a Tenerife. Guía está llamada a formar parte de ese proyecto común que vertebra la isla y que vertebra Canarias. Ya no estamos solos y rodeados de plataneras, y ya no estamos en condiciones de permitirnos elegir. Mi generación descubrió que Gáldar no sólo era el refugio de la juventud, el sitio donde nos sentíamos libres para cortejar, para tomar nuestros primeros cubatas, para vivir nuestros primeros amores o para fumar nuestros primeros cigarrillos. Descubrimos que sin Gáldar no había futuro. Mi historia guiense se escribe justo en uno de sus límites. Soy de Anzo, y eso, creo, me confiere una forma distinta de ver las cosas y de asumir más lo que nos hermana que lo que nos aleja de nuestros vecinos. Yo, por ejemplo, para tirar la basura tenía que cruzar la acera y ya estaba en Gáldar. La verdad es que nunca entendía ese contrasentido administrativo y territorial. Ahora está sucediendo algo similar en muchas zonas de ambas ciudades. Creo que el ejemplo de Anzo, Hoya de Pineda, Becerril o La Caleta dejan bien a las claras que esas cercanías, lejos de separar, enriquecen y fuerzan a las administraciones locales a buscar políticas comunes que terminen favoreciendo a todos. Creo que, por suerte, ya han pasado los tiempos de actuaciones personalistas y localistas. No es ese el mundo que vivimos hoy en día. Y por eso reitero lo mucho que pueden ayudar quienes han vivido en barrios como Anzo a cambiar las formas y las relaciones entre las vecindades, en este caso entre Guía y Gáldar, tan unidas histórica, sentimental y consanguíneamente, y, sin embargo, tan enfrentadas a veces por el cerrilismo incomprensible de los falsos profetas y, a mi juicio, por los equivocados prohombres de ambas ciudades. No podremos sobrevivir al aislamiento del fututo sin la comarca, sin Gáldar, sin Agaete, sin Tenerife, sin Canarias.

Si algo me ha dado esta ciudad y sus gente es mi fe. Posiblemente, si hoy no estuviese en este estrado jamás hubiese dado este paseo por los bases de mi vida. La herencia más preciada que he recibido de esta ciudad y de nuestra gente es la fe. La recibí como un don gratuito que creció en un inolvidable grupo, Odres Nuevos. Le debo gran parte de la fe en Jesús de Nazaret, y como yo muchos de los guienses de mi generaración que nos encontramos a lo largo y ancho de Canarias. La fe es una dimensión que me sobrepasa y que define mi estar en el mundo. En Guía aprendí a ser un basicamente 'hombre bueno', que creo que es el más preciado legado a mis amigos, a mi familia y a mi pueblo. Las raíces cristianas de Guía son tan profundas que forman parte del patrimonio de los guienses. Desde el Canónigo Gordillo a Sor Catalina de San Mateo, hay toda una lista de hombres y mujeres que desde la dimensión religiosa de la vida son verdaderos precursores de un mundo mejor. Mirando al altar que preside la Santísisma Virgen de Guía hemos crecido y amado a esta ciudad, y esa fe que he recibido es la que hoy me permite gritar desde lo más hondo de mi corazón: Viva la Santisima Virgen de Guía. Esa querencia de la Virgen a la que tantas veces visitamos, imagen ante la que nos arrodillamos para confesar la fe en su hijo, es la que me otorga la libertad de entrar en el debate sobre el nombre de la ciudad y suscribir que debe ser el de Guía de Gran Canaria, como referencia de nuestro pasado y de nuestra propia historia, y que en ningún momento supone un menoscabo, un desaire o una pérdida de devoción hacia nuestra patrona la Virgen de Guía.

Regreso a los olores. Hay olores, sabores, sentimientos y pensamientos que nunca se borrarán de la memoria. Nunca podré olvidar el olor y el sabor de los dulces de Pepe Juan, recién sacados del horno y esmeradamente colocados en las roñosas latas de galletas 'María'. Nunca olvidaré el olor de las alforjas del queso de Montaña Alta a lomos del caballo de 'maestro José' ni el sabor intenso del 'tabefe'.Nunca olvidaré el olor a tinta de las multicopistas en la que imprimiamos los periódicos que elaboranos en Odres Nuevos para este pueblo, páginas en las que nació mi vocación por el periodismo, que años más tarde me ayudó a encausar otro inolvidable hombre de Guía: mi maestro, Santiago Betancor Brito.

Igual que no se olvidan olores y los sabores: no se borran del corazón los primeros amores, la amistad, las primeras aventuras. Uno viaja siempre entre recuerdos perfumados por la nostalgia y por el paso del tiempo. Nos basta cerrar los ojos para vencer de inmediato las leyes de la física. Cada uno de ustedes lleva consigo sus propios asideros para evitar la amnesia y no extraviarse en este mundo que tan poco tiempo libre nos deja para redescubrirnos. A medida que iba escribiendo este pregón, he ido reconociendo y rememorando lugares y paisajes que habían permanecido en la sombra de la memoria durante muchos años. Y ha sido grata esa vuelta atrás. Metafóricamente me he sentido igual que cuando me adentraba en la oscuridad de una finca de plataneras. Uno no sabía lo que se iba a encontrar. Ibas con miedo mientras te movías entre el intenso olor de los rolos, las piñas de plátanos y la tierra mojada, o entre aquellos ladridos de perros que te ponían en guardia sobre la marcha. Al final terminabas dando siempre con una salida hacia la luz y hacia unos horizontes que se teñían de rojo a última hora de la tarde. Hablo de aquellos arreboles y aquellos rojos que poco a poco iba borrando la noche como mismo borraba la silueta siempre majestuosa del Teide. Toda esa magia y esa búsqueda la he revivido mientras escribía este pregón. Me adentraba en momentos de mi vida que sobre la marcha me llevaban a otros, y esos a su vez a otros más lejanos de los que no había vuelto a tener noticias en los últimos treinta años. Un olor llevaba a otro olor, lo mismo que una cara de entonces se emparentaba de inmediato con otra cara hasta volver a juntar a todos aquellos grupos de amigos inseparables que correteaban por estas mismas calles y por todas aquellas fincas interminables de la infancia. Pero todo recuerdo, como bien saben, es siempre subjetivo; lo mismo que toda existencia humana. Juega el azar, la memoria, los distintos fotogramas del pasado que cada cual conserva, y, sobre todo, juegan un papel fundamental las emociones y las personas que nos ayudaron a ser lo que somos. Sabía que me iba a encontrar con muchas de esas personas esta noche como mismo me he ido reencontrando con mis recuerdos estas últimas semanas. Otras no están aquí delante, pero no por ello dejan de estar presentes. Muchas gracias a todos, a los que están y también a los que siempre seguirán estando en mi corazón, por permitirme volver otra vez a casa. Buenas noches.

Viva la Santisima Virgen de Guía.